miércoles, 10 de agosto de 2011

El día del Juicio Final. (chiste estudiantil)

El Día del Juicio Final
(Dedicado a Emil "Chocorrol" Ciorán)

“Ding!” Al sonar la campanita del elevador, abriéronse las puertas en el sótano número menos chorrocientos, y una voz cavernosa anunció “El Averno: subsótano chorrocientos: delitos políticos”. Dentro del elevador venían tres personajes de la Política Mexicana de principios del Siglo 21: Roberto Madrazo, Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador. Los tres pelaban tamaños ojotes, no atreviéndose a dar un paso hacia el pasillo del subsótano.

Detrás de un escritorio se encontraba sentado un demonio vestido de payaso harapiento, leyendo el último ejemplar del Especial de Sabrosas. “Uóraleeeeeee…! A ver, mis estimados, pásenle a lo barrido. Hoy estoy de guardia y me toca leerles su sentencia”, dijo a los recién llegados con su voz aguardientosa.

“A ver, mi estimado Licenciado Chingadazo: pásele por aquí, en el privado A”. Dicho lo anterior, lo tomó del brazo y lo condujo a través de una puerta roja marcada con la letra “A”. Detrás de la puerta se encontraron un cuarto muy espacioso, pobremente alumbrado. En el centro del cuarto se encontraba una cama destartalada, cubierta con una mugrosa cobija de Chiconcuac. Al fondo del cuarto había una puerta de metal pintada de verde, blanco y rojo.

Una vez apersonados Madrazo y el payaso dentro del cuarto, se cerró la puerta principal y a través de una rejilla en el techo se escucharon los primeros acordes de “Luces de Nueva York”: Fué en un cabareeeee, donde te encontreeeeé, bailandoooooooo… En ese momento se abrió la puerta tricolor, y de ella emergió la Maestra Elba Esther Gordillo, ataviada con un baby doll color rosa celeste. El exagerado maquillaje de sus ojos se chorreaba hacia sus cachetes, brillosos de colorados. Y despedía un hedor a perfume chafa, mezclado con sudor. Inmediatamente el payaso comenzó a leer el texto de un acta que llevaba consigo:

“Roberto Madrazo: has llevado una vida de corrupción y abuso. Tus actos inmorales han causado enormes sufrimientos al Pueblo de México. En castigo a tus iniquidades, has sido sentenciado a pasar la eternidad acostado con esta mujer, a quien deberás de fornicar al menos siete veces cada día.” “Noooooooo…!”, alcanzó a gritar el Licenciado, al tiempo que Elba Esther lo aprisionaba entre sus rollizos brazos y el payaso regresaba al pasillo mostrando una sonrisa sarcástica.

“Pásele por aquí, mi buen Botas!”, dijo el payaso, empujando a Vicente a la celda “B”, y cerrando la puerta. Al igual que en la anterior, la celda estaba amueblada únicamente con una cama en muy mal estado, y esta vez con el destartalado colchón al descubierto. Y de la puerta blanquiazul, situada en la pared posterior, salió Marthita la Piadosa. Vestía un bodice color negro, acompañado de medias tipo red de pescador y zapatillas de balet. Lo estrecho del traje revelaba ampliamente sus huesudas caderas de chiva parada. Tenía la cara polveada con una gruesa capa de talco, al estilo geisha, y aparentemente se había derramado encima un medio galón de agua de colonia Sanborn’s. El sistema de sonido tocaba los acordes de “Camino de Guanajuato”.

Y el payaso leyó la sentencia: “Vicente Fox: has llevado una vida de mediocridad e incompetencia. Tu incapacidad, tu indecisión, tu inconsistencia y tu agachismo han provocado una enorme apatía y desesperación en el Pueblo de México, que tenía tantas esperanzas en el supuesto cambio prometido. En castigo a tus iniquidades, has sido sentenciado a pasar la eternidad encerrado con esta mujer, a quien te deberás enchipoclar al menos siete veces cada día.” “Esteeee…¿qué no ya pagué esa manda, y con creces? No la jodas…!” De nuevo ignorando las protestas, el payaso regresó al pasillo, donde esperaba preocupado el famoso pejelagarto.

“Lléguele por aquí, mi buen peje”, dirigió el payaso, llevandolo del brazo a la celda “C”. Como las anteriores, la celda se encontraba en la semioscuridad, amueblada únicamente con un chaise longue ya muy pasteleado. Y en la pared trasera del cuarto, se encontraba otra puerta, esta vez decorada de amarillo. El payaso se acercó a la puerta, tocó tres veces y abrió. Y de la puerta emergió Salma Hayek, vestida con un sencillo pero revelador vestido rojo de seda, que se ceñía a las voluptuosas curvas de su cuerpo.

Y el payaso leyó la sentencia: “Salma Hayek: has llevado una vida de sexo y perdición…”


(Tan tan)

CWK

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