El EXCESO DE AZÚCAR en la sangre provoca un fenómeno bioquímico silencioso pero profundamente dañino llamado glicación, un proceso en el que las moléculas de glucosa se adhieren de manera no controlada a proteínas, lípidos y estructuras celulares. A diferencia de reacciones metabólicas normales y reguladas, la glicación ocurre sin intervención enzimática y genera compuestos tóxicos conocidos como productos finales de glicación avanzada (AGEs). Estos AGEs alteran la estructura y función de las células, volviéndolas más rígidas, menos eficientes y acelerando su envejecimiento.
La glicación afecta especialmente a tejidos donde las moléculas tienen un tiempo de vida prolongado, como el colágeno de la piel, los vasos sanguíneos, las articulaciones y diversas proteínas estructurales. Cuando el azúcar se une a estas moléculas, las vuelve frágiles, rígidas y difíciles de reparar. En la piel, por ejemplo, los AGEs deterioran el colágeno y la elastina, produciendo pérdida de firmeza, arrugas prematuras y envejecimiento visible. Pero este daño no es solo estético: también impacta órganos internos, arterias, riñones y visión, acelerando procesos degenerativos.
A nivel vascular, la glicación endurece las paredes de los vasos sanguíneos y disminuye su capacidad para expandirse adecuadamente, favoreciendo la arterioesclerosis y la hipertensión. En los riñones, los AGEs dañan los filtros glomerulares, interfiriendo con la capacidad de depurar toxinas. En el cerebro, generan inflamación y estrés oxidativo que afectan la memoria y aumentan el riesgo de deterioro cognitivo. Además, este proceso disminuye la eficiencia de enzimas, anticuerpos y hormonas, dificultando que el organismo mantenga un metabolismo equilibrado.
Este impacto se incrementa notablemente cuando el consumo habitual de azúcar es alto y sostenido. Los picos frecuentes de glucosa —provenientes de azúcares añadidos, harinas refinadas, bebidas azucaradas y ultraprocesados— elevan la probabilidad de glicación y aceleran la formación de AGEs. Esto no solo contribuye al envejecimiento prematuro, sino que favorece resistencia a la insulina y enfermedades como diabetes tipo 2, donde los niveles elevados de glucosa amplifican aún más este daño.
El cuerpo tiene mecanismos para combatir los AGEs, pero cuando la carga de azúcar es excesiva, estos sistemas se saturan. Mantener niveles estables de glucosa, priorizar alimentos reales, reducir ultraprocesados, aumentar el consumo de antioxidantes naturales y realizar actividad física regular son estrategias efectivas para minimizar la glicación y proteger la salud celular.
En conclusión, el exceso de azúcar no solo influye en el peso o en la energía diaria, sino que desencadena un proceso químico que endurece, daña y envejece las células desde su interior. Controlar el consumo de azúcar es una de las decisiones más importantes para preservar la juventud celular, proteger los órganos y mantener un metabolismo saludable a largo plazo.



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