martes, 25 de noviembre de 2025

CÓMO EL ESTRÉS PROLONGADO DEBILITA EL SISTEMA INMUNOLÓGICO

El estrés es una respuesta natural diseñada para protegernos en momentos de peligro. Sin embargo, cuando se vuelve prolongado, deja de ser un mecanismo útil y se convierte en un agente silencioso que deteriora la salud, especialmente la del sistema inmunológico. Vivir en alerta constante altera hormonas, agota defensas y deja al organismo vulnerable frente a virus, bacterias e inflamación crónica.


Todo comienza en el eje hipotálamo–hipófisis–suprarrenal (HHS), el centro de mando del estrés. Cuando el cuerpo percibe una amenaza —real o emocional— libera cortisol, la hormona encargada de activar el estado de supervivencia. En situaciones normales, el cortisol sube rápidamente y luego vuelve a equilibrarse. Pero bajo estrés prolongado, se mantiene elevado durante horas o días, interfiriendo directamente con las células del sistema inmune.


El cortisol alto inhibe la producción de linfocitos, reduce la formación de anticuerpos y disminuye la capacidad del organismo para identificar y eliminar patógenos. También altera la función de macrófagos y células NK, piezas clave en la defensa contra virus y células anómalas. Como resultado, el sistema inmune se vuelve lento y menos eficiente. Es por eso que las personas sometidas a estrés crónico se enferman con mayor facilidad, tardan más en recuperarse y presentan infecciones recurrentes.


El estrés prolongado también genera inflamación sistémica de bajo grado. Aunque el cortisol inicialmente bloquea la inflamación, su exceso termina causando el efecto contrario: una activación inmune desordenada que desgasta al organismo. Este estado inflamatorio favorece enfermedades cardiovasculares, problemas digestivos, trastornos autoinmunes y afectación del estado de ánimo.


A nivel intestinal —donde vive cerca del 70% del sistema inmunológico— el estrés altera la microbiota, reduce la diversidad bacteriana y aumenta la permeabilidad intestinal. Un intestino inflamado permite que toxinas y moléculas proinflamatorias pasen al torrente sanguíneo, activando al sistema inmune de manera excesiva y desorganizada. Con el tiempo, esta hiperactivación se traduce en fatiga inmunológica y menor capacidad para combatir infecciones.


El sueño también se ve afectado. El estrés dificulta la producción de melatonina, lo que reduce el descanso profundo y disminuye la reparación inmunológica que ocurre por la noche. Menos sueño significa menos células inmunes activas, más inflamación y un sistema defensivo debilitado.


👉Los efectos se sienten en el día a día:


👉resfríos frecuentes,


👉alergias más intensas,


👉digestión inestable,


👉inflamación persistente,


👉cansancio extremo,


👉cambios de humor,


👉baja resistencia ante enfermedades.


La buena noticia es que el sistema inmune es altamente recuperable. Practicar respiración profunda, regular el sueño, caminar, reducir estimulantes, fortalecer la alimentación y crear espacios de calma reduce el cortisol y permite que las defensas vuelvan a funcionar de forma óptima.


En conclusión, el estrés prolongado no solo agota la mente… desarma al sistema inmunológico.

Cada día viviendo en alerta le resta fuerza a tus defensas y aumenta la vulnerabilidad del cuerpo.

Porque recuperar la calma es, también, recuperar tu capacidad natural para protegerte.

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