El monstruo urbano despierta temprano. Los vicios y excesos que se ofrecen y consumen a diario lo vencen tan tarde que siempre lo sorprende la mañana.
En pocos minutos sus arterias se tapan y sus músculos se tensionan. Siente que su cabeza va a explotar, sus ojos se llenan de cólera y arremete contra todo, como si estuviera acorralado o herido de una de sus patas por una trampa de oso.
Cada una de las partículas que forman ese gran monstruo -ese universo hostil- tiene motivaciones propias para hacer todos los días la misma actividad durante el resto de sus vidas. Motivaciones, propósitos y políticas que permiten que el animal siga funcionando a la perfección aunque muera lentamente junto con todos nosotros.
Algunos engranes sólo quieren seguir comiendo, otros quieren darles un mejor futuro a sus hijos en un mundo que va en picada; otros sueñan con crecer por fuera aunque se pudran por dentro, pues no hay tiempo para otra cosa. No hay tiempo para reflexionar o nutrir el alma, pues también eso se ha vuelto falacia y negocio.
El que no se mueve se jode; aunque sea moverse por inercia. Tienes que aventarte a la corriente pestilente, si no, como quiera te van a empujar aunque te escondas o te van a jalar aunque no estés cerca del borde. Una vez adentro, está muuuy cabrón que alcances la orilla para salirte. A veces tú solito te avientas porque ser diferente es sinónimo de eso mismo: de quedarte solito, aunque se oiga putito. Nadar en contra, ni pensarlo: es inútil, te vas a cansar y terminarás ahogado. Lo mejor es nunca aventarse; mirar el río desde afuera mientras barre con todo el escombro, los cadáveres de ovejas y la mierda. Pero si así fuera, mejor uno no nace, para evitar lo inevitable.
Hay que meterse hasta para pagar un recibo de la luz, firmar un contrato de arrendamiento para tener un techo donde morir, hacer un depósito en un banco de 8 cajas y sólo dos empleados o darse de alta en Hacienda para poder trabajar y cobrar un cheque que la mitad del dinero será para quien te da el permiso de trabajar legalmente.
Y aunque sólo metas los pies, ya te chingaste; la corriente te va a arrastrar y vas a tener que hacer todo eso que nunca quisiste hacer y que sólo hace la gente que se tensiona y no tiene sueños, más los que aquí le ofrecen; gente que trabaja en oficinas haciendo labores aburridas que nunca los ponen en contacto con lo que alguna vez soñaron ser. Pero no los culpo, pues a nadie le queda de otra. Gente que hablará toda su vida de troqueladoras, despachos, inventarios, notarías, asesorías fiscales, equipos digitales, montacargas, softwares, maniobras y rutinas aburridas que les dan para comer y vivir más o menos bien los años que les queden de vida.
Una vez ahí, te acostumbrarás. Te dirán que “así es la vida” y te darás cuenta que así es la vida, y ya no la harás más de pedo, y flotarás como muertito, haciéndote pendejo porque así es más fácil sobrellevar las cosas. Entonces, tendrás que vacacionar cuando los demás vacacionen y nunca conocerás una playa vacía y limpia; y tendrás que hacer filas interminables en los aeropuertos, en las centrales camioneras y en las casetas de cobro de las carreteras junto con los demás como tú; con el montón; con la mayoría. Te bañaras en la mierda de todos esos a los que arrastra la corriente junto contigo, comprarás lo mismo que ellos, el mismo día, las mismas ofertas; te crearás necesidades iguales y buscarás sus mismos escapes. Tendrás que descansar cuando los demás descansen de tanto que les machacan el alma. Considerarás sagrados los domingos o cualquier tiempo libre que tengas para echarte una siesta. Esa será tu vida y esos serán ahora tus satisfactores: los domingos y las siestas. Patético, ¿no?
No podrás ser espontáneo: comprarte un helado a las 4 de la tarde, comerte un elote a las 11 de la mañana, o agarrar carretera un martes o un jueves hasta algún municipio olvidado o una costa azul sin turistas. No podrás porque ya eres parte del sistema. Y no podrás abandonarlo porque te quedarás sin nada y dejarás sin nada a tus hijos. Tendrás que aguantar hasta llegar a tus 50 o 60 abriles, junios u octubres para poder ser dueño de tu tiempo, tu espacio y tu libertad; pero a esa edad ya poco importa eso, pues pasaste la vida haciendo todo lo contrario, condicionándote a la joda física del día a día para no ahogarte en el cauce que te arrastra… y todo lo demás se te olvidó. Te olvidaste de ti. Te hicieron olvidar lo más importante y te dejaste. La corriente te devorará con el tiempo y nadie se dará cuenta. Ni siquiera tú.
jueves, 29 de mayo de 2008
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